Mièrcoles 9 de marzo
Con la cabeza despejada, pienso que ella debe irse. No aceptarle dinero, no dejarle entrar màs y, en el peor de los casos, llamar a la policìa. Cuando èl dispara, dispara. En Aicher no se puede confiar. Yo puedo hacer poco o nada, porque no tengo dinero. Pero ella aùn puede vivir varios meses con el dinero, alhajas, etc. que tiene, e irse luego a Austria con sus padres. O en el peor de los casos, a Berlìn, donde Hedda.
Me la encuentro al mediodìa. Nos vamos al Siebentischwald. Le reprocho que tratè falsamente a R[echt], que lo tome en serio. Y siga aceptàndole dinero. R[echt] no se lanza contra muros de piedra, sino de goma solamente. Lo que ella quiere, en definitiva, es tranquilizarlo. Y èl lo sabe: su ùltimo refugio no es el bastòn de estoque, sino el lloriqueo. Ayer quiso asfixiarla, y amenaza constantemente con el asesinato. Mar tendrà que armarse, està totalmente inerme. Cuando èl la ataque, ella tendrà que fulminarlo como a un perro rabioso. Tal vez sea mejor marcharse, aunque èl la seguirìa.
BERTOLT BRECHT
Querida Kitty:
Por fin he pasado un sàbado menos fastidioso, menos triste y monòtono que de costumbre, lo que no me ocurrìa desde hace meses. Se lo debo a Peter.
Esta mañana cuando fui a colgar mi delantal en el desvàn, papà me preguntò si no querìa quedarme para una conversaciòn en francès. Asentì, y pude explicar algo en frances a Peter; en seguida pasamos al inglès. Papà leyò a Dickens en voz alta. Sentada en la misma silla que papà y muy junto a Peter, me sentì en el sèptimo cielo.
A las once, me fui a mi cuarto. A las once y media, en el momento de volver a subir, èl estaba ya en la escalera aguardàndome. Charlamos hasta un cuarto para la una. Cada vez que me ausento, despuès, por ejemplo, de la comida, èl me dice, sin dejarse oìr por los demàs:
-Hasta luego, Ana.
¡Oh, què felìz estoy! ¿Empieza a quererme, al fin y al cabo? De cualquier modo, es un muchacho simpàtico, y quizà, ¡quièn sabe!, vamos a tener conversaciones magnìficas.
La señora Van Daan parece consentir mis charlas con su hijo, pero hoy me hizo una broma algo pesada:
-¿Puedo dejarlos solos a los dos, allà en el desvàn?
-Desde luego-contestè-. ¿Pretende usted, por casualidad, ofenderme?
Desde la mañana temprano y hasta la noche, espero ansiosamente ver a Peter.
Tuya,
ANA
ANA FRANK
Como el toro he nacido para el luto
y el dolor, como el toro estoy marcado
por un hierro infernal en el costado
y por varón en la ingle con un fruto.
Como el toro lo encuentra diminuto
todo mi corazón desmesurado,
y del rostro del beso enamorado,
como el toro a tu amor se lo disputo.
Como el toro me crezco en el castigo,
la lengua en corazón tengo bañada
y llevo al cuello un vendaval sonoro.
Como el toro te sigo y te persigo,
y dejas mi deseo en una espada,
como el toro burlado, como el toro.
MIGUEL HERNÀNDEZ
QUE SE LLAMA SOLEDAD
Algunas veces vuelo
y otras veces
me arrastro demasiado a ras del suelo,
algunas madrugadas me desvelo
y ando como un gato en celo
patrullando la ciudad
en busca de una gatita
en esa hora maldita
en que los bares a punto están de cerrar,
cuando el alma necesita
un cuerpo que acariciar.
Algunas veces vivo
y otras veces
la vida se me va con lo que escribo,
algunas veces busco un adjetivo
inspirado y posesivo
que te arañe el corazón,
luego arrojo mi mensaje,
se lo lleva de equipaje
una botella, al mar de tu incomprensión.
No quiero hacerte chantaje,
sólo quiero regalarte una canción.
Y algunas veces suelo recostar
mi cabeza en el hombro de la luna
y le hablo de esa amante inoportuna
que se llama soledad.
Algunas veces gano
y otras veces
pongo un circo y me crecen los enanos,
algunas veces doy con un gusano
en la fruta del manzano
prohibido del padre Adán
o duermo y dejo la puerta
de mi habitación abierta
por si acaso se te ocurre regresar.
Más raro fue aquel verano
que no paró de nevar.
Y algunas veces suelo recostar
mi cabeza en el hombro de la luna
y le hablo de esa amante inoportuna
que se llama soledad.
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